Wednesday, September 10, 2008
Tragedia humana en Govaines (Haití), cascos azules no dan abasto
GONAIVES, Haití.- La caravana humanitaria se encamina a los tumbos hacia un albergue de emergencia de Gonaives. A bordo de los camiones, 1,5 toneladas de comida y 4.000 litros de agua para 1.500 personas. "El problema es que cuando lleguemos van a ser 3.000", dice un voluntario. Tras quince minutos de recorrido en las calles inundadas del centro de esta ciudad, de 300.000 habitantes, los cascos azules argentinos deciden comenzar la distribución en la calle. Una multitud de cientos de personas se forma de inmediato a los flancos de los camiones protegidos por los soldados armados de la ONU, munidos de escudos antidisturbios. Una niña implora sofocada en la fila de espera: "Es la primera vez que voy a recibir comida", afirma. La ilusión es corta, pues hubo un error en la dirección de destino y la caravana retoma camino, sin poder evitar que una muchedumbre de damnificados le pise los talones. La llegada de los camiones a la escuela Jubileo, transformada en refugio, es bienvenida con gritos y brazos tendidos a través de las ventanas. En un patio interior, cientos de haitianos hambrientos esperan detrás de cintas de plástico amarillo bajo un calor agobiante y entre un olor pestilente. Un hombre agita una pala. "Quédense con nuestros soldados", aconseja el comandante. Mientras tanto, miembros de la Cruz Roja, el Programa Mundial de Alimentos y la asociación humanitaria Care descargan la mercancía. Dentro de la escuela, cientos de personas están arracimadas en los salones de clase. En una de ellas se amontonan sesenta niños. Al cabo de una hora, una pila de cajas han sido descargadas en el patio del colegio. Allí van raciones de dos litros de agua, ocho galletas y un kit sanitario de emergencia. La distribución puede comenzar. Un hombre se acerca con un niño desnudo y en muletas a su lado. Pese a los esfuerzos de los voluntarios, custodiados por los cascos azules, unos minutos más tarde la muchedumbre exhausta se descontrola y se lanza sobre los víveres. En medio de la batahola, un niño llora, aplastado y con los pies en el barro. A un costado, apoyada contra la pared, una joven con la camiseta deshilachada se desespera. "Mi hija es demasiado pequeña para que yo pase con ella", se lamenta con su bebé de diez meses. "Los hombres pasan primero". Barbara, de 14 años, solloza en un rincón. "No logré llegar hasta ahí, me golpeé la cabeza" cuando trataba de llegar, dice. "Hubo muchos muertos, mi madre embarazada está casi muerta, no sé si mi papá está vivo o muerto".
Publicado por Pablo Graciano Cruz en 8:39 AM
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